La primera vez que te vi, cabías en la palma de mi mano, totalmente gris y con una única mancha blanca en tu ojo derecho. Yo estaba en un momento de mi vida lleno de cambios e incertidumbre, terminaba la facultad y no sabía qué hacer con mi vida, ni dónde terminaría al acabar la carrera.
Era el peor momento para acoger a una gatita, pero fue verte y nació en mí un impulso difícil de evadir. No era yo la que quería adoptar un gatito, simplemente acompañaba a una amiga, que se quedó con una de tus hermanitas, pero desde el momento que tus ojos verdes aún entreabiertos por tu corta edad, se posaron en los míos, supe que nuestro destino estaba unido por un hilo invisible, que era más fuerte que la propia cordura. Fue amor en toda la extensión de la palabra.
Esperé hasta que tuvieras un mes de vida para traerte a casa y aunque desde fuera parecía una locura, fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Entre tanto desorden y caos, había una gatita traviesa correteando por mi cama, enredándose en mi pelo y jugando con mis pendientes, provocando risas, diversión y un sentimiento de amor que fue creciendo más si cabe con los años.
Mirarte y tenerte entre mis brazos era todo lo que necesitaba para mantener la calma. Contigo a mi lado no podía pasar nada malo. A mi alrededor había gente descontenta con mi decisión de adoptarte, pero a mí me dio igual, éramos un equipo, un pack. Donde yo fuera ahí que ibas tú también.

Mirarte y tenerte entre mis brazos era todo lo que necesitaba para mantener la calma. Contigo a mi lado no podía pasar nada malo.

Fueron tiempos difíciles, llenos de incertidumbre y rupturas, pero había un hogar, un sitio al que volver porque allí estabas tú, mi pequeña Lala. Siempre conmigo, esperándome en la puerta de casa para saludarme cuando llegaba, secándome las lágrimas con tu áspera lengua, cuando me veías hundida, jugando y haciendo que riera a carcajadas.
Pasaron los años y tú fuiste creciendo, a la vez que la estabilidad y seguridad de un hogar, al que añadimos un nuevo miembro, el tete, con el que congeniaste desde el primer momento. Estos últimos 15 años han sido los más felices de nuestra vida, años en los que los tres juntos, formamos una familia llena de risas amor y cariño.
Hemos estado juntas toda una vida. En 10 días habrías cumplido 21 años y medio, mi pequeña viejuna.
Son tantas vivencias, tantos recuerdos…, he crecido y madurado contigo a mi lado, mi compañera, mi amiga, mi pequeña cusquineta, mi amor.
Tú me enseñaste a cuidarte y cuidarme yo de paso, ahora mi mente se llena de imágenes que cobran vida, en ellas apareces jugando ensimismada, corriendo por nuestro largo pasillo, poniéndote pesada por las mañanas para que nos levantáramos. Y cuando te llevaba al pueblo ¿Te acuerdas? Dejabas tu casa, aquello que era tu territorio, tu hogar, para adentrarte en la libertad de los tejados, las riñas con otros gatos (porque siempre has sido muy tuya). Cuántas noches de desvelo, esperando a que volvieras de tus andanzas, ya de madrugada, pero siempre volvías a mi lado.

Gracias, Lala; gracias por enseñarme a querer sin esperar nada a cambio, gracias por demostrarme que no hay espacio ni tiempo, sólo un amor inmenso de dos seres que comparten un mismo sentir.

Mi pequeña Lala, tan avispada unas veces y tan juguetona otras, siempre estabas ahí, dispuesta a levantarme el ánimo y alejar los llantos y la tristeza, posando tu cabeza junto a la mía o dándome pequeños toquecitos con una de tus patitas. Ahora ya no estás para calmar mi llanto y no sabes cuánto duele no tenerte. Mucha suerte en tu camino, porque sé que te has ido de pura vieja.
Ayer viniste a verme porque sabías que partías, me mirabas con los ojos perdidos, como queriendo aferrarte a una vida que se te escapaba de las manos y el destino quiso que lo hicieras acompañada de mi mano, como tenía que ser. Te fuiste casi en un suspiro, todo sucedió tan deprisa, que aún me aferro a la idea de verte aparecer por una esquina.
No quiero que esto sea un lamento ni un grito apagado y triste, quiero que estas palabras sean mi manera de decirte cuánto has significado en mi vida y lo agradecida que estoy por haber compartido todos estos años contigo, lo que he aprendido de amar sin condiciones, sin expectativas, amor en esencia, sin peros ni condiciones.
Son tantos recuerdos, tantas vivencias que se agolpan ahora en mi mente, que me cuesta dejarte ir, aunque sé que esto no es un hasta nunca sino un hasta luego. La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y tal como dicen las ciencias de la espiritualidad, todos venimos de una Fuerza, Dios, La Fuente, llámalo como quieras, una Esencia que contiene todo y a todos. Tú también viniste de allí y ahora te toca volver a casa.
Gracias, Lala; gracias por enseñarme a querer sin esperar nada a cambio, gracias por demostrarme que no hay espacio ni tiempo, sólo un amor inmenso de dos seres que comparten un mismo sentir. Ahora nuestros planos se separan, tú sigues tu camino hacia el infinito. Buen viaje donde quiera que vayas, sea donde sea, siempre tendrás un hueco en mi corazón y en mis pensamientos.

Mucha suerte en tu camino porque sé que te has ido de pura vieja.

Me siento en paz y tranquila porque sé que nuestras almas se encontraron y se unieron por un hilo invisible, que ni la muerte podrá separar. A pesar de que ya no estás en el plano físico conmigo, sé que seguimos conectadas y si hay vida después de la vida, sólo espero verte allí sentada al otro lado, esperando nuestro reencuentro.

 
Hasta siempre viejuna mía, hasta que llegue el momento, te guardaré muy dentro de mi corazón, recordando todos estos años en los que crecí y maduré como persona, contigo a mi lado.

Si te ha gustado ¡Comparte!